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Delicioso plato de arroz con pollo y choupa, al que no le faltan unos buenos gambones lo que, al cambio, viene siendo una paellita de toda la vida.
Una de entre las mil formas de hacer una paella que sirve como referencia para posibles variaciones.
Lo que sí es importante es tener los aros paelleros que se conectan a la bombona de butano, o equivalentes, que permiten repartir el fuego por igual en toda la paellera. Con esto, se deduce que el mejor sitio para hacerlo es una terraza o jardín.
Las cantidades aquí son orientativas para una paella media, estimada para unas ocho personas. Cada uno tendrá que ir viendo si le gusta una paella con más o menos tropezones. Además, es muy fácil añadir algo más o substituir algún ingrediente, como por ejemplo las choupas por calamares.
Anécdota número 1
Las paellitas resultan muy bien en verano, sobre todo si se hacen en un jardín a la caída de la tarde. En estas condiciones, la estampa típica es que los invitados, con una cervecita en la mano, merodean alrededor de la paellera y van sugiriendo mejoras, sobre todo los que no han hecho una paella en su vida.
Esto da pie a que se vaya abriendo el apetito y a que todos los asistentes la adopten como propia, casi como si la hubiesen hecho ellos mismos, con lo que se consigue que siempre esté deliciosa a la vista de todos.
Tiene gracia que una amigo asistía a este protocolario acto con bastante hambre y al principio de todo, con el olor de los ajos fritos exclamó:
¡Jod...! ¡Todavía no le has echado nada y ya huele de p... madre!
Y la verdad es que los ajos debían de estar buenos porque en el momento de desecharlos no tenía un sitio cómodo para tirarlos y los dejé en la tierra de un macizo. A la mañana siguiente no estaban, por lo que deduzco que algún bicho se pegó una buena cena.
Anécdota número 2
Tenía un amigo que decía que los arroces siempre estaban buenos. Esto se confirmó la primera vez que vi a otro amigo común hacer una paella.
La cuestión es que estaba haciendo la paella al tiempo que jugaba con un balón fumaba un pitillo, bebía una cerveza, atendía a su hija... Los asistentes le decían:
- ¡oye, pero no le tienes que echar tal cosa!
- ¡Ah, sí!, respondía.
Y así todo el rato.
La paella estaba buenísima y no paramos de reírnos toda la noche de la total anarquía con la que se había hecho y lo buena que estaba.
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